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David Bowie - Regresa con Heathen

Después de esperar por años la resurrección del Rey del Glam, las doce canciones incluidas en Heathen explican las razones de un milagro. El artista regresa a los sonidos clásicos y a las melodías dramáticas, una combinación
ideal para volver a creerle.

Es imposible separar a David Bowie de la figura de artista influyente e innovador. Pero en verdad, hace años que no ofrece pistas originales. Mientras duró la década del '70, Mr. Jones proyectó el futuro cambiando de piel. Desde Hunky Dory a Scary Monster, arriesgó el pellejo en cada acto transformista mostrando nuevas formas de hacer rock (glam, avant-garde, after-punk, dark, new romantic y techno pop). Luego, madurez, equilibrio y buenos videos. Por esa autopista de probada eficacia comercial, Bowie ha transitado en los últimos 20 años, con discos buenos y algunos imperdo-nables, forzando su propia estirpe y revelándose como un vampiro inteligente. La reciente edición de Heathen (pagano) modifica la escena a la que nos tenía acostumbrados: un simple ejercicio en donde el oyente juega a descubrir cuáles son los últimos discos que han impresionado al Duque Blanco. Ahora, al frente de su primer trabajo para el Siglo XXI, es posible ubicarlo como un galán maduro, más dispuesto a demostrar sus dotes expresivas que a cubrir arrugas con cosméticos de última generación.

Después de mucho tiempo, esa voz recobra el sentimiento dramático de los discos berlineses -Low y Heroes-, produce tensión y también esconde un lamento existencial. Es evidente que el efecto Torres Gemelas provocó espanto en la lírica de Bowie, y como en sus mejores discos vuelve a dar testimonio in situ. En las letras no hay proclamas demagógicas, ni tampoco pontifica contra el horror. Al contrario, sólo mira y -en primera persona- declara que todo aún puede ser peor. Sin embargo, Heathen no es un disco oscuro, atraviesa las tinieblas silbando himnos agridulces, utiliza la expresividad del music hall y elige a la electricidad por encima de la electrónica. Si bien Bowie siempre canta sobre una mullida alfombra de arreglos orquestales, el elemento distintivo de este disco es la guitarra. Como buenos escuderos, Carlos Alomar, Pete Townshend, David Torn y Dave Grohl aportan sus distintos pulsos para mezclar intensidad y matices melódicos. El resultado no alienta la inno-vación, pero devuelve algo de esa vieja mística que solía guiar la evolución musical del planeta rock .

LA VUELTA DE UN AMIGO_
Detrás de los decorados de Heathen aparece Tony Visconti, veterano productor y responsable de asistir a Bowie en obras memorables -Young Americans y Scary Monsters (And Super Creeps)-. Una vez más, el hombre de los mil rostros volvió a con-fiar en aquellos colaboradores que habían sabido maquillarlo adecuadamente. Las segundas versiones junto a Nile Rodgers (Black Tie/ White Noise) y Brian Eno (Outside) no lograron resu-citar la magia inicial. Con Visconti funcionó el talismán. Las conversaciones para volver a trabajar juntos comenzaron en marzo de 1999, para la grabación del single de la banda británica Placebo. En el tema Without You I'm Nothing Bowie registró la parte vocal y Visconti estuvo a cargo de la producción. Primero hicieron las paces después de estar enemistados por más de dos décadas: “Hasta que reanudó el contacto conmigo, no me di cuenta de cuánto lo extrañaba. Los dos habíamos madurado y cambiado, había llegado el momento oportuno para volver a abrir los canales”, declaró el productor. Tal vez, el mayor mérito de Visconti sea haber calmado la ansiedad de Bowie y su tendencia enfermiza de absorber la última gran cosa nueva. Por suerte, el productor prefirió vestirlo como un crooner preo-cupado por la suerte de la humanidad. Bowie canta al estilo de Scott Walker, una de sus grandes influencias, y en cada vibrato parece mostrar las yagas de un dolor ancestral. Las cuerdas completan perfectamente la escenografía de un disco grabado bajo los viejos preceptos de orfebrería, propios de los '70, en donde los músicos eran los encargados de mejorar la falta de presupuesto o la austeridad tecnológica del estudio.

Y LLEGAMOS A LAS CANCIONES_
Desde Sunday, un comienzo en tono de plegaria, hasta el cierre épico con Heathen (The Rays), el álbum es una sesión completa de Bowie vs. Bowie, pasado y presente del solista de rock más importante de la historia. Los viejos fantasmas se adueñan de Heathen, dominan a las mejores canciones y crean grandes momentos como la confesional Slow Burn, con David ardiendo a fuego lento y la guitarra de Townshend emulando los riffs de Heroes. También hay algunos naufragios, Afraid parece un mal recuerdo de Tin Machine y A Better Future se sostiene a medias entre la melodía infantil y el mensaje optimista. En el rubro covers, brilla Cactus, de los extintos Pixies, como un ejercicio “velvetiano” para un tema primitivo y cruel; la restauración de una añeja canción de Neil Young, incluida en su primer disco solista, no agrega demasiado a I've Been Waiting For You. Por último, el mejor rescate surge en el ritmo envolvente y maquinal de I Took A Trip O A Gemini Spaceship, la canción pertenece al lunático Norman Carl Odam, líder del combo rockabilly Legendary Stardust Cowboy, a quién Bowie robó el apodo con el cual bautizaría a su alter-ego de 1972, la bestia andrógina conocida como Ziggy Stardust.

Seguramente, I Would Be Your Slave no tendrá la difusión que merece. La canción está escondida en el medio de Heathen, y es la mejor síntesis de Bowie en su versión madura. Guarda resabios sentimentales de Wild Is The Wind, aquel gran tema de Station To Station, y nos vuelve a poner cara a cara con el cantante lanzado al expresionismo descarnado, otro gesto que suponíamos olvidado en algún rincón de la memoria glam. Sí, no se puede negar, Heathen es clasicismo puro, un modo que acerca a Bowie a tipos como Bob Dylan y Neil Young, gente no tan glomorosa pero segura de que en sus propias fuentes todavía queda algo de inspiración. Mientras Mick Jagger continúa en su postura de adolescente eternamente excitado, y Elton John cada día se parece más a una tía solterona y millonaria, Bowie, en cambio, mantiene con dignidad su garbo de artista obsesionado por cambiar, aunque en la práctica no cambie nada. Bueno, olvidemos esas manchitas en su camisa y disfrutemos de las visiones de un hombre consciente de que es posible arriesgar cuando ya comenzó el tiempo suple-mentario. “Para un artista, lo más importante es hurgar entre los escombros de una cultura, ver aquello que ha quedado olvidado o no se ha tomado en serio. Una vez que se ha clasi-ficado y aceptado algo, pasa a formar parte de una tiranía de las tendencias y pierde su fuerza. Para mí ha sido siempre así, lo peor para la propia libertad es sentirse encasillado”, confesó hace unos años. Hoy esa sentencia funciona como una deli-ciosa espada de Damocles, que hostiga a Bowie y todavía ofrece algunas esperanzas de redención artística y glamour en la decadencia.

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